Cuarto de invitados
Fernando García de Cortázar, historiador
“Para viajar por España hay que llevar unos ojos bien abiertos y un corazón despierto”
Por Esther Peñas
06/07/2018
‘Viaje al corazón de España’ (Arzalia ediciones). Con este título, uno de nuestros más prestigiosos historiadores, Fernando García de Cortázar (Bilbao, 1942), atraviesa los lugares emblemáticos, los que guardan historia y alma, los que sobrecogen y transforman, y se acompaña en su paso de las viandas, la música, los nombres propios que hicieron de cada territorio una geografía distinta a las demás.
Casi novecientas páginas en las que el recorrido cuenta con hosterías pertenecientes a todas las disciplinas artísticas, religiosas, históricas. Merece la pena pernoctar en cada una de ellas de la mano de este apasionado bilbaíno españolista.
Hermosísimo libro, no sólo en cuanto a contenido, sino como objeto…
Tiene usted razón. Me emocionó cuando lo recibí por la importancia que puede tener en la idea de afirmación de la conciencia nacional de los españoles. Creo que este libro, además, es realmente insuperable como objeto estético.
¿Qué imprime más carácter, ser de Bilbao o ser español?
Ser español, pero ser de Bilbao, tradicionalmente, lleva a ser español, en mi caso es clarísimo, y entiendo que muchos bilbaínos tenemos una conciencia nacional muy desarrollada, porque nos la formaron, junto a los ámbitos de piedad, por ejemplo, en las familias religiosas. Creo que a todos se nos debería de inculcar el amor a España.
¿Qué distingue a España de otros países en cuanto a historia?
España es el país, esto se ve a lo largo de todo el libro, cuya defensa de unos grandes valores y principios que son los que derivan de la tradición grecolatina está muy presenta en su historia y en su arte; también es el país abanderado del cristianismo, que es lo que transmite esa gran cultura grecolatina. La defensa de esos valores a veces le ha supuesto el enfrentamiento con otros países y, a veces, le ha procurado una imagen distorsionada de lo que es la historia y la realidad de España.
¿Estamos en crisis por haber desatendido esos valores?
Me encanta la pregunta, perdóneme el tópico; entiendo que sí, y que se han desatendido esos valores por considerarlos como algo específico de la Iglesia, por lo que ha surgido esa especie de anticlericalismo barato. Hablamos de valores de los que España siempre ha hecho su causa, libertad, igualdad, preocupación por los demás, ruptura de nuestro egoísmo… valores admirables para superar cualquier crisis y afirmar la conciencia de un país, en nuestro caso España, que siempre se ha preocupado por ellos.
Para viajar por España, ¿qué hay que llevar en la alforja?
Unos ojos bien abiertos y un corazón despierto, porque en este libro, además de enseñar España a quienes no la conocen, se intenta desbaratar esa idea negativa de este país; hay que visitarla con el corazón abierto a las emociones, es un libro escrito desde la pasión y la admiración hacia España, lo que invita a tener cierta inquietud intelectual, cultural, y un corazón que se debe emocionar, reír y llorar con España.
¿Reímos más que lloramos, los españoles?
La historia nos recuerda que hemos tendido mucho más al llanto, fíjese en nuestras grandes expresiones, la Semana Santa, pero también la poesía, una poesía casi insuperable, una poesía tan honda, fuerte en el dolor, en la desgracia más que en la alegría, de ahí esa corriente del pesimismo español tan tradicional, como del 98, con esa idea del naufragio, o en el siglo XVI, cuando, a pesar de que España es hegemónica, ya empiezan a cuajar los nubarrones de nuestra decadencia, recuerde ese soneto de Quevedo, Miré los muros de la patria mía, impresionante, pese a que no hace justicia a la España de ese momento. Pero, más allá de reír o llorar, los españoles somos eso mismo que recogía el slogan del 92: “España, pasión por la vida”. Así es, sentimos pasión por la vida.
La ciudad, el pueblo que uno visita, ¿se resume en el estado de ánimo del viajero o hay lugares que se imponen?
Hay lugares que se imponen, pero es claro que tenemos la visión que nuestros ojos han percibido en momentos de alegría, de discusión, de amor. Una ciudad tiene que ver mucho con el sentimiento, hay quienes se han enamorado en alguna ciudad que ha pasado a convertirse en la más bella de todas, pero a veces la belleza se impone tanto que es imposible no responder a ella con ese sentimiento de admiración. Pienso en las Semanas Santas, tanto las castellanas como las andaluzas, porque tengas el estado de ánimo que tengas, te arrebatan. O ‘El cristo de Velázquez’, que es un cuadro que, al margen de cómo te sientas, te pone de rodillas en ese momento de totalidad, de entrega, que se produce al contemplarlo.
Más allá de su historia, a España se la degusta por los ojos…
Sí, y en general no es estridente, el gusto español pertenece a las grandes corrientes estéticas en las que nos hemos movido, románico, gótico, barroco, y ver un paisaje o una ciudad nos empuja a una cierta literatura, que es como ir acompañado de alguien que te induce a amar el paisaje o la ciudad, porque nos apoyamos en la palabra de quienes hicieron aún más bello eso que contemplamos.
¿Qué le dice de los españoles a quien conoce la gastronomía, los personajes ilustres, los monumentos, los paisaje de este país?
Pienso que el carácter de lo español lo preside su gran reciedumbre, que hace que tengamos un pensamiento recio, un sentido de la realidad clarísimo de lo que vemos, amamos y sentimos, y esto tiene una expresión rotunda en el arte, de un realismo justiciero. No nos trasportamos por lo sobrenatural sino que mantenemos un sentido de la vida que se manifiesta en la pintura. Fíjese en los retratos que hay en El Prado, frente a otras pinturas, francesas o inglesas, la española no trata de sobrenaturalizar a sus personajes. Piense en los retratos de Felipe II, el emperador del Imperio más grande jamás conocido: vemos un hombre burócrata, a un funcionario, sin toques celestiales, al estilo de los retratos de la reina Isabel I de Inglaterra, a la que vemos con atributos de la diosa Astrea, diosa de la justicia. O el retrato de Inocencio X, pintado por Velázquez, un papa muy feo con un rictus de ambición. El propio pontífice dijo al verlo: “troppo vero”, es decir, “demasiado real”. O en la familia de Carlos IV, pintada por Goya, ante la que cualquier monarca hubiera ejecutado al pintor. Lo mismo sucede con la literatura, como se ejemplifica en la picaresca, que no encubre los pequeños o grandes defectos de los personajes.
Somos pícaros y quijotes, con un punto de Segismundo…
España es el país que más arquetipos literarios ha difundido: Quijote, Sancho, Segismundo, Cármen, Lázaro, don Juan, Celestina… y la literatura imprime muchísimo.
Pienso en el Acueducto de Segovia, en el que, quizá por autóctono o por manido a la vista, apenas reparamos, pero que está a la altura de cualquier otro monumento en el mundo.
Así es. Recuerdo que mi amigo David Hailey, uno de los mejores latinistas del mundo, se queda fascinado cada vez que contempla el Acueducto de Segovia, y se asombra de que no lo reconozcamos más, del mismo modo que se asombra de que no reivindiquemos la figura de san Isidoro de Sevilla, que salva Europa de perder su gran cultura grecolatina.
¿Cree factible una unión luso-española?
El problema es que ahora lo que rige todo es la economía, pero las aristas de los países vecinos han ido disminuyendo, y ha aumentado esa idea iberista de llegar a lo que éramos en la época de Roma. Sería estupendo.
¿El lugar por el que siente más querencia García de Cortázar?
Como ciudad, Madrid; como paisaje, la desembocadura del Miño en el océano, la vista que se tiene desde el monte de Santa Tecla, que permite ver esa entrega sacra del Miño al mar, de una belleza inmensa, y que está trufada de sentimientos personales porque mi padre al verlo se emocionaba también. Destaco, asimismo, el Castillo de Gormaz. Y la emoción del paisaje, el paisaje es importantísimo, y conforma también la nación y la patria.